Me lo quisieron demostrar y lo consiguieron.
El viernes me invitaron a cenar en uno de los restaurantes de Pamplona por los que el tiempo no pasa, o no quiere pasar.
Situado en pleno centro de la ciudad, justo al lado de la Plaza del Castillo, exactamente en la calle Pozoblanco, en un primer piso del número 20.
En el Restaurante Amóstegui, navarro y familiar.
El comedor, distribuido en dos alturas, tiene balcones a la calle que permiten disfrutar del bullicio festivo durante las fiestas del santo moreno, San Fermín, y aportan aire fresco con las puertas entornadas, respirándose la tranquilidad del resto del año.
Carece de modernidades y lujoso diseño, pero ese recato en la decoración se transforma en cariño y experiencia por parte del servicio, inusual en este siglo.
La cocina es tradicional en todos los aspectos, incluido en los tamaños de las raciones. Tienes la sensación de estar comiendo en casa, y por eso ya se puede pagar. Muchos platos son exclusivamente de temporada, garantía de éxito.
El público es muy heterogéneo constituyendo una clientela fiel y muy encariñada con el lugar y sus propietarios. Hay jaleo pero comedido, es posible llevar una conversación sin necesidad de levantar la voz, y sin bajarla pues no se molesta al de al lado.
Se puede fumar, pero en ningún momento perdí de vista a la rubia que tenía enfrente.
La selección de la carta que hicimos cabe en dos líneas, pero como he dicho, casi no cabía en los platos.
Una ración de jamón, cojonudo. Unas suculentas pochas acompañadas de piparras. Alcachofas con jamón, sin más, sin aditivos ni conservantes. Un generoso magret de pato a la brasa. El lomo de un ciervo braseado. Y un bacalao fresco a la plancha, o ¿era una plancha de bacalao fresco? Me quedé con las ganas de la sugerencia del día, paloma torcaz, pero será mi disculpa para la vuelta.
De postre, tarta, helado y cuajada. Cafés y copas.
Yo me decanté por un conocidísimo blanco dulce de moscatel navarro de grano menudo.
Todo ello con un compañero excepcional, un buen vino, de los que Marisol guarda en la bodega especialmente para los clientes que gustan salirse del sota, caballo y rey.
Para terminar, La Guarda de Navarra comparte su positiva experiencia, agradece el trato recibido y recomienda al Amóstegui por su fantástica relación calidad precio. Por 40€ nos trataron mejor que bien y nos dieron de comer gloria bendita. Amen.
El viernes me invitaron a cenar en uno de los restaurantes de Pamplona por los que el tiempo no pasa, o no quiere pasar.
Situado en pleno centro de la ciudad, justo al lado de la Plaza del Castillo, exactamente en la calle Pozoblanco, en un primer piso del número 20.
En el Restaurante Amóstegui, navarro y familiar.
El comedor, distribuido en dos alturas, tiene balcones a la calle que permiten disfrutar del bullicio festivo durante las fiestas del santo moreno, San Fermín, y aportan aire fresco con las puertas entornadas, respirándose la tranquilidad del resto del año.
Carece de modernidades y lujoso diseño, pero ese recato en la decoración se transforma en cariño y experiencia por parte del servicio, inusual en este siglo.
La cocina es tradicional en todos los aspectos, incluido en los tamaños de las raciones. Tienes la sensación de estar comiendo en casa, y por eso ya se puede pagar. Muchos platos son exclusivamente de temporada, garantía de éxito.
El público es muy heterogéneo constituyendo una clientela fiel y muy encariñada con el lugar y sus propietarios. Hay jaleo pero comedido, es posible llevar una conversación sin necesidad de levantar la voz, y sin bajarla pues no se molesta al de al lado.
Se puede fumar, pero en ningún momento perdí de vista a la rubia que tenía enfrente.
La selección de la carta que hicimos cabe en dos líneas, pero como he dicho, casi no cabía en los platos.
Una ración de jamón, cojonudo. Unas suculentas pochas acompañadas de piparras. Alcachofas con jamón, sin más, sin aditivos ni conservantes. Un generoso magret de pato a la brasa. El lomo de un ciervo braseado. Y un bacalao fresco a la plancha, o ¿era una plancha de bacalao fresco? Me quedé con las ganas de la sugerencia del día, paloma torcaz, pero será mi disculpa para la vuelta.
De postre, tarta, helado y cuajada. Cafés y copas.
Yo me decanté por un conocidísimo blanco dulce de moscatel navarro de grano menudo.
Todo ello con un compañero excepcional, un buen vino, de los que Marisol guarda en la bodega especialmente para los clientes que gustan salirse del sota, caballo y rey.
Para terminar, La Guarda de Navarra comparte su positiva experiencia, agradece el trato recibido y recomienda al Amóstegui por su fantástica relación calidad precio. Por 40€ nos trataron mejor que bien y nos dieron de comer gloria bendita. Amen.
2 comentarios:
No me sorprende tu reseña, pues los otros dos comensales retratados junto a las pochas y las alcachofas ya se han encargado de elogiar la velada, y de largo.
Nos habéis dejado con las ganas de acompañaros, a ver si somos capaces de no esperar otros 10 años y nos reunimos en torno a una de sus mesas. Cualquier ocasión es buena!
Olga
La ocasión la pinta calva, se suele decir o no?
Pues muchas calvas veo ultimamente, habrá que agarrarse a la primera.
Un saludo.
Publicar un comentario