martes, noviembre 16, 2010

La Guarda de Navarra y Proensa


Ya saben, los que me conocen, que no soy amigo (lo fui) de hablar de puntos a la hora de vender un vino (mi dedicación laboral) o comprarlo (mi pasión personal).
Cada catador depende de múltiples factores a la hora de valorar un vino. El veredicto va ligado a un componente personal y profesional. Sus sentidos reaccionan ante unos estímulos sensoriales activando umbrales de percepción organoléptica que no tienen por que ser comunes al resto de los mortales. Algunas veces, incluso, pueden ser inferiores, pero el prestigio obra milagros.
Eso si, las guías que algunos de estos “catadores profesionales” publican son un óptimo vehiculo orientativo al seleccionar un vino, para su compra, de la amplia oferta que nos ofrece el mercado nacional o el internacional.
Hoy voy a hacer una excepción.
La Guarda de Navarra no necesita argumentos para convencer a los escépticos, sobre todo de la competencia desleal, y a esos consumidores llorones que parece que si una marca no es clásica no tiene derecho ni a entrar en la carta de un restaurante. ¡Que sabrán ellos!
No viene mal este toque de atención para ir marcando distancias o delimitando el terreno donde he de moverme.
Andrés Proensa, según dicen, uno de los críticos más independientes del panorama enológico nacional al que tengo el gusto de conocer al haber coincidido en varias catas y reuniones, ha publicado las puntuaciones,
http://www.proensa.com/, de su Guía Proensa 2011 que verá la luz en los próximos días de este mes de noviembre.
La selección de vinos que La Guarda de Navarra ha ido mimando para compartir con el público navarro ha superado con altísima nota las exigencias del paladar de Andrés, cosa que me enorgullece y llena de felicidad.
Hace unos días recordaba en Facebook que estaba sorprendido por la excelente reputación de “mis vinos” para alguno de los clientes. Y no iban descaminados.
Los más curiosos ya habréis visitado el link apuntado arriba, pero por si acaso os resumo.
Cinco vinos han recibido la puntuación más alta. Entre ellos aparece una vez más el Pujanza Norte, añada 2008.
Le acompañan Amarén Tempranillo’04, Aro’06, L’Ermita’08 y Viña El Pisón’08.
(Cuatro riojas, tres de ellos de la Rioja Alavesa, dos de Laguardia, y un priorato).
Para no aburrir voy a citar solamente los vinos de La Guarda de Navarra:

99 puntos:As Sortes’09, Do Ferreiro Cepas Vellas’09.
98 puntos:Pujanza Cisma’07.
97 puntos:Do Ferreiro’09.
96 puntos:Pujanza Añadas Frías’07.
95 puntos:Terran de Vallobera’08.
94 puntos:Louro do Bolo’09. Pujanza’08.Torresilo’07
93 puntos:Finca terrerazo’07.Quincha Corral’07
91 puntos:Ares’08.
90 puntos:Ares’06.
89 puntos:Caudalia’09.
87 puntos:Vallobera’04.
86 puntos:Finca vallobera’06.Pago Malarina’08.Vallobera’07.
82 puntos:V3 Viñas Viejas verdejo’08.
81 puntos:Vallobera’09

¡Algo se me ocurrirá para celebrarlo!


La Guarda de Navarra recomienda probarlos para conocer el paladar de Proensa.

miércoles, noviembre 10, 2010

Fantasía enológica


Con este relato que hace algún tiempo publiqué paso página y comienzo una nueva andadura.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. A partir de ahora espero ser animal y no hombre.

¡Arrancaaaaamos!

Vuelve La Guarda de Navarra.


Fantasía enológica

Serían alrededor de las nueve de la mañana de una templada mañana de mayo. La vi cruzando por la Plaza de la Cruz, en Pamplona, junto al estanque. Caminaba con prisa delante de mí. Su melena, larga y morena, se movía cadenciosamente al ritmo de su marcha. Una inmaculada camisa blanca y pantalón negro, ceñido, de corte andaluz. Zapatos negros, cómodos, que me impedían alcanzarla para ver su cara, hasta el momento intuida.

La imaginé guapa.


Bullicio, gentío, música y un nauseabundo olor a champán sobre camisetas húmedas y amarillentas.Allí apareció de nuevo, otra vez de blanco, en la Plaza del Castillo de la capital navarra, al mediodía de un seis de julio.

Ni me acordaba de ella. El calor apretaba y se estaba atando el pelo con un pañuelo rojo. Una camiseta de tirantes muy ajustada contrastaba con su piel morena. Se le adivinaba la respiración. Si, realmente, era muy guapa.


La brisa del mar desordenaba las páginas del periódico y unas gotas de espuma impedían, ya, la lectura de algunas letras. Apartando la vista del mapa del tiempo observé que una mujer joven, con cuerpo danone y hermosa figura se disponía a dar el primer baño del día en la playa de Hendaya. El sol me cegaba, ajuste mis gafas y me acomodé a disfrutar del horizonte, salpicado de pequeños barcos. Una sirena, pensé. Hasta ese momento dudaba que existieran. El mar, poco a poco, la fue trayendo cerca de donde me encontraba.

Era ella. Más morena que en fiestas. Sus ojos claros, llenos de vida, brillaron cuando se encontraron con los míos. Tenía la piel erizada, supuse por la fría salida del agua. Soñé con sus salados labios carnosos y con su preciosa nariz.


Las hojas cayendo suavemente confirmaban el otoño en el Paseo del Prado de Madrid. Colgué mi mochila al hombro izquierdo y pasé al interior del museo Thyssen-Bornemisza. Tenía enfrente un Renoir,- Mujer con Sombrilla en un Jardín-, y me encontraba paralizado por su luz y el color. Alguien rozó, al pasar, mi espalda. Me giré ante tal atropello y desconcentración. Allí estaba, agachada recogiendo los folletos del museo esparcidos por el suelo. Me reconoció y dibujó una leve sonrisa en su cara. Se disculpó, y movidos por un impulso adolescente paseamos, de la mano, delante de todos los cuadros, sin mirarlos.

Salimos a la calle, queríamos empezar una velada inolvidable cenando en un buen restaurante. Ayudaría a conocernos algo antes de rematar nuestra aventura en la suite del hotel Urban Grand Luxe. De diseño moderno y con habitaciones insonorizadas, sería el lugar perfecto para sudar los gintonics del Glass Bar.

Por la calle de Alcalá nos dirigimos hasta el restaurante La Terraza del Casino. Nos sentamos uno frente al otro, una vela ardía en el centro del redondo mantel. Entre columnas, altos techos y amplias cristaleras, estábamos dispuestos a celebrar nuestro encuentro. Cada detalle del salón, cada gesto corporal, desembocaba en la explosión hormonal final.Con la carta en la mano, pedimos un menú ligero que no provocara una somnolencia anticipada.

Eso si, decidí sorprenderla con un gran vino. Nuestro vino, el que sellara el amor prohibido que nacía aquella noche y fuera combustible de nuestra pasión. Un vino de Laguardia, que diera empaque al inevitable lance, pero…


Lastima, no le gustaba el vino.

(Cuadro de Renoir, Mujer con sombrilla en jardín)