La bandera es la única protagonista, o debiera serlo.

Hoy vengo de mala uva o de mal vino.
Iré con pies de plomo para que se me entienda y no se confundan churras con merinas, blancos con tintos, o derechas con izquierdas.
Todavía me dura el acaloramiento. Sigo sonrojado, apesadumbrado, molesto. Estoy abochornado, estupefacto, sorprendido, anonadado, aco..., acongojado y desilusionado. Pero sobre todo estoy triste, preocupado y una miaja esperanzado.
Voy a disculpar, solo en parte, al nuevo Síndico pues, sin profundizar en su actitud, aptitud y algún destello ególatra, no se le puede pedir que en una semana sea capaz de asimilar el concepto “Bandera de Laguardia” y ejecutar los movimientos exactos, bien definidos, preestablecidos, acompasados y rítmicos del Revoloteo, siguiendo las preciosas notas de dos dulzainas y un tamboril. Y no digo nada de rezar la Salve o el Credo de rigor.
No hay lugar para la improvisación y bastante tuvo con no lanzar el estandarte de la villa hasta el coro o mal enrollarlo al son de la música. Yo lo hubiera hecho peor, seguro.
El momento es de máxima responsabilidad, vibrante y emocionante, pero no solo para el Regidor Síndico sino para todo el pueblo en general.
Pero el verdadero protagonismo es para nuestra bandera, cosa que nadie parece o quiere entender. Los Síndicos pasan, a veces sin pena ni gloria, cambian según ciclos políticos o por caprichos del destino, en cambio la Bandera de Laguardia permanece año tras año, venga quien venga, gobierne quien gobierne. Así ha venido ocurriendo durante siglos, sin importar colores, partidos o cualquier encasillamiento cerebral.
Lo que no voy a tolerar es que el Revoloteo, se convierta en el corral de la Pacheca.
No me importa que pueda herir sensibilidades. Por esta vez, estoy absolutamente de acuerdo con nuestra alcaldesa, comparto sus palabras, cuando dice que la Tremolación es el acto más solemne de todas las fiestas y que cualquier laguardiense estaría orgulloso de ser designado y distinguido para tal honor.
Lo ocurrido en la Capilla del Pilar la tarde del sábado tardaré tiempo en olvidarlo ya que dentro de mi cabeza todavía resuenan los ecos de quienes aplaudimos, como siempre, y de quienes silbaron y jalearon no se el qué, pues la faena no fue para tal embriaguez. Solo faltó una espontánea que se lanzara, sobre el parquet, ropa intima en mano y se abrazara desmayada, con la bandera postrada como testigo, recordando aquellas corridas de Jesulín.
Algo me tranquiliza, y es que la intensidad y el fervor popular decrecieron, volvieron a su lugar, para la tarde del domingo. Predominaron las caras habituales mientras otros sesteaban o jugaban al mus, regresaron las maneras educadas al interior de la iglesia, los ojos miraban expectantes sin mala intención y algún turista despistado equivoco su lugar. Nada que ver entre el histérico y festivalero show, con aplaudidores en nomina, de la víspera y el comedido acontecimiento, con un inapropiado saludo torero, de la tarde del día 24.
Quiero pensar que la mayoría, inteligente, asume el terrible error cometido antes de ratificar que sea solo obra del hastiado espíritu ante experiencias repetitivas. En San Pedro averiguaré si se han pulido detalles técnicos y de modales.
A Laguardia y a su bandera hay que llevarla en el corazón, no como insignia para la solapa, ni en gorros festivos, bufandas, camisetas, calzoncillos, vueltas ciclistas o cualquier otra forma de publicidad promocional.
El respeto, el amor, la obediencia, la lealtad o su defensa son conceptos algo arcaicos pero necesarios en una sociedad, en un pueblo, que se enorgullece de tener historia y razones para ser ejemplo de muchas cosas menos de conductas frívolas nada respetuosas con las instituciones y las tradiciones.
No quiero terminar sin recordar que un acontecimiento solemne implica un comportamiento digno y unas maneras protocolarias a la altura de las personas y de las circunstancias. Que las instituciones se acerquen al pueblo y que este sea participe de todos los actos no significa que se tengan que perder las formas.
Se puede ser elegante desde la modestia y la humildad, solo hay que proponérselo. Pertenecer a la Corporacion no es una obligación, es otro honor y como tal así debe de ser correspondido. Si a mi me tocara pediría consejo a Emidio Tucci. Lo tengo claro.
Quien nos visita durante nuestras fiestas y tiene la ocasión de conocer la Tremolación de la Bandera, vive apasionadamente y con profundo sentimiento, sin darse cuenta, esta preciosa y arraigada tradición y queda sorprendido de como un pueblo tan pequeño como Laguardia, y a la vez tan grande, es capaz de aunar esfuerzos y disfrutar tanto de sus actos mas formales y religiosos como de los mas bulliciosos en la calle, corriendo vaquillas o bailando junto a peñas y gaiteros.
Si hasta el corazón del forastero tiembla, ¿por qué vamos a cambiar nuestras costumbres? o ¿haber quien es el tonto que se atreve a hacerlo?