Penélope Cruz no consiguió el ansiado Oscar. Solo “El Laberinto del Fauno” salvó el honor “español” en la ceremonia celebrada esta madrugada. Eso pasa por aparentar no dar importancia a la obtención de reconocimientos internacionales.
O lo quieres o no lo quieres. O te lo mereces o no. Pero esas medias tintas de, -bueno, si me lo dan, pero hay mejores que yo, con más trayectoria, mejor reconocidas, con super influencias y todo eso. No pasa nada, esto ya es un premio. Estar aquí es lo más in, lo mas cool-, etc., etc.
Si por noticias de alguien, un médium por ejemplo, o el mayordomo de tu amante, o el chihuahua de la vecina de Beverly Hills, ya sabes quien es el ganador pues vas y te enfadas, dejas plantada a la Academia, te vas a casa y además, puedes demandar por fraude al jurado o a quien se tercie.
Pero agachar las orejas y llegar a la alfombra roja, como quien va a una pachanga dominguera, rezumando catetismo por todos los poros del cuerpo y menos glamour que un buzón de correos, eso no es de recibo. Y no me refiero a Penélope, que derrochó encanto y buen gusto, hablo en general.
No seguí la ceremonia de entrega, ni pensé hacerlo. Se presuponía el resultado. Tenemos una prensa y una televisión tan “transparente” que uno al final pierde el interés. Hace tiempo que nos venían vendiendo la certeza de que estaba mejor colocada, con perdón, la actriz que hizo de Isabel II. Hasta Meryl Streep nos llevaba la delantera. El caso es prepararnos para el fracaso y si luego suena la flauta, no hay nadie mejor que nosotros. Ya lo dijimos. Dimos la exclusiva y hasta nos acostamos con ella.
Es el problema de nuestro país, somos unos acomplejados, unos acongojaós, y de esta manera no hay quien gane nada. Salvo excepciones honrosas que se lo curran sin subvenciones ni política. Deportistas de elite, artistas, científicos, periodistas, médicos o gente anónima que basa la clave del éxito en su trabajo y en creer en si mismos.
Por eso siempre nuestros vinos no llegarán nunca a la altura de los franceses. No nos lo creemos. Somos incapaces de vender como los italianos. Hacemos cada uno la guerra por nuestra cuenta. Americanos, australianos, chilenos o argentinos en menos tiempo han conseguido situarse como nosotros o mejor. Y cada vez nos salen mas competidores en otros países donde antes el vino no decía nada y ahora es símbolo de prosperidad y progreso.
Tenemos el triunfo en nuestra mano y estamos dejando pasar la oportunidad de arrasar. Buenos vinos, excelente calidad y precios competitivos. De momento, sin tablones, chips y sucedáneos que triunfan internacionalmente.
Pero…
Preferimos cargarnos el vino y su consumo, poco a poco, una muerte lenta y anunciada. Cualquier día alguien triunfará lejos de aquí y diremos coño, si es español. Se fue, se olvidó de subvenciones, creyó en su proyecto, trabajó con libertad y alcanzó el éxito con el reconocimiento internacional.
Pues vaya.
O lo quieres o no lo quieres. O te lo mereces o no. Pero esas medias tintas de, -bueno, si me lo dan, pero hay mejores que yo, con más trayectoria, mejor reconocidas, con super influencias y todo eso. No pasa nada, esto ya es un premio. Estar aquí es lo más in, lo mas cool-, etc., etc.
Si por noticias de alguien, un médium por ejemplo, o el mayordomo de tu amante, o el chihuahua de la vecina de Beverly Hills, ya sabes quien es el ganador pues vas y te enfadas, dejas plantada a la Academia, te vas a casa y además, puedes demandar por fraude al jurado o a quien se tercie.
Pero agachar las orejas y llegar a la alfombra roja, como quien va a una pachanga dominguera, rezumando catetismo por todos los poros del cuerpo y menos glamour que un buzón de correos, eso no es de recibo. Y no me refiero a Penélope, que derrochó encanto y buen gusto, hablo en general.
No seguí la ceremonia de entrega, ni pensé hacerlo. Se presuponía el resultado. Tenemos una prensa y una televisión tan “transparente” que uno al final pierde el interés. Hace tiempo que nos venían vendiendo la certeza de que estaba mejor colocada, con perdón, la actriz que hizo de Isabel II. Hasta Meryl Streep nos llevaba la delantera. El caso es prepararnos para el fracaso y si luego suena la flauta, no hay nadie mejor que nosotros. Ya lo dijimos. Dimos la exclusiva y hasta nos acostamos con ella.
Es el problema de nuestro país, somos unos acomplejados, unos acongojaós, y de esta manera no hay quien gane nada. Salvo excepciones honrosas que se lo curran sin subvenciones ni política. Deportistas de elite, artistas, científicos, periodistas, médicos o gente anónima que basa la clave del éxito en su trabajo y en creer en si mismos.
Por eso siempre nuestros vinos no llegarán nunca a la altura de los franceses. No nos lo creemos. Somos incapaces de vender como los italianos. Hacemos cada uno la guerra por nuestra cuenta. Americanos, australianos, chilenos o argentinos en menos tiempo han conseguido situarse como nosotros o mejor. Y cada vez nos salen mas competidores en otros países donde antes el vino no decía nada y ahora es símbolo de prosperidad y progreso.
Tenemos el triunfo en nuestra mano y estamos dejando pasar la oportunidad de arrasar. Buenos vinos, excelente calidad y precios competitivos. De momento, sin tablones, chips y sucedáneos que triunfan internacionalmente.
Pero…
Preferimos cargarnos el vino y su consumo, poco a poco, una muerte lenta y anunciada. Cualquier día alguien triunfará lejos de aquí y diremos coño, si es español. Se fue, se olvidó de subvenciones, creyó en su proyecto, trabajó con libertad y alcanzó el éxito con el reconocimiento internacional.
Pues vaya.
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