jueves, enero 11, 2007

Jardín de Lúculo 2005.



De sabios es rectificar y cuanto antes mejor. Ya sabemos que catar depende de muchos factores para que un vino te convenza, te guste, te sorprenda, te deleite o te enamore.
En la cata de godellos, el último vino que probamos fue un garnacha navarro del que dije que necesitaba otra cita con él.
Ya se ha producido el encuentro, gracias a Juan y a su Cella Vinarium, y en estas líneas, no me retracto, pero si apunto otras características que pasaron desarpecibidas en nuestro primer contacto o predominaron en exceso, equivocando el resultado final.

A la vista es un cereza o guinda oscuro con ribete granate y reflejos violetas y azules. Bonito, atractivo y brillante. Intensidad media.
La nariz ya me pone en guardia. Ni comparación con el anterior. En la copa va evolucionando y es un vino que dice muchas cosas.
Es aromático, predominando los matices florales, violetas y rosas, y los frutales, fruta roja y negra. En un primer momento ni rastro de la madera, teniendo en cuenta que la temperatura de servicio se acercaba más a los 14 grados que a los 17. Hay un fondo mineral muy interesante. Aparecen especias, balsámicos y algún matiz herbáceo.
La madera, tiene 5 meses de barrica, no sobresale del conjunto. Va apareciendo poco a poco en la copa a modo de torrefactos y algo de vainilla.
La boca es correcta, vino de cuerpo medio, algo ligero después de la explosión de aromas. Acidez excelente, incluso baja, nada tánico y de largura media.
Predomina también el carácter mineral y el frutal, y la madera, hoy, la encuentro muy bien integrada.
Tiene un paso muy fácil, sedoso, afrutado y con los taninos redondos.
En resumen, lo he disfrutado el doble que la primera vez. Entonces, me pareció simpático, ahora, ya puedo decir que encontrado un nuevo amigo.

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