miércoles, septiembre 13, 2006

Una de arranques Mrs Fischer




Acababa de torear a la muerte y su pelo seguía engominado como a primera hora de la mañana. Su flequillo peinado hacia atrás le confería cierto carácter ejecutivo, pero nada que ver con su realidad personal.
Como cada día habíamos quedado a tomar un café en el bar Pola de Laguardia. No se encontraba mejor dosis de cafeína en muchos kilómetros a la redonda. Después de una agradable charla, intuyéndonos entre el humo de su habano, nos dirigimos a ver las viñas. Actividad relajante, instructiva y, hasta esa fecha, exenta de riesgo que gustábamos de practicar para goce y disfrute de nuestros sentidos.
Al volante de un Hummer H3 recorríamos los caminos, alguno asfaltado, conduciendo deportivamente y activando la producción de adrenalina. Así, bajarse del vehiculo y penetrar entre las vides rebosantes de uvas sanas nos creaba una sensación tan placentera que el silencio se apoderaba de nosotros.
Uno por uno, visitábamos todos los viñedos. Los racimos nos miraban expectantes como si desearan escuchar la orden de “a vendimiaaaar”.
Aplastábamos al azar algunos granos y medíamos la evolución de su maduración, sin necesidad de un refractómetro portátil. Con la vista, hollejo, pulpa y pepitas, al tacto notando como se pegaban nuestros dedos por el contenido de azúcar, y en boca dulzor y tanicidad. La experiencia le hacía prácticamente infalible. Tantos años conociendo y mimando estas tierras le facilitaban esa labor.
Con el espíritu tranquilo, satisfechos, nos sentamos de nuevo en los asientos de cuero y abrimos el techo corredizo.
La frescura de la mañana y los rayos de sol dotaban de un confort extra el viaje hacía la bodega.
No imaginábamos lo que nos esperaba mientras sonaba a gran volumen Sultans of swing. Otra melodía interrumpió de repente nuestra animada conversación. Provenía del bolsillo de su camisa y a la vez le hacía vibrar insistentemente la funda de sus gafas de sol.
Contestó, palideció y aceleró.
Los 220 caballos se pusieron a galopar y los derrapajes se sucedían uno tras otro.
A lo lejos, una densa polvareda avanzaba y un ruido de engranajes, cadenas y motores enturbiaba el paisaje.
Varios vehículos se dirigían, como nosotros, hacia el artificial tornado. Se agarraban al volante como pilotos poseidos y sus caras inexpresivas reflejaban la gravedad de la situación.
Un ejercito de excavadoras y bulldozers con bandera de la CEE y comandados por Mariann Fischer Boel estaba llegando a Laguardia arrancando indiscriminadamente a su paso todas las viñas.
Frente al férreo enemigo se posicionaban héroes sin nombre intentando impedir el avance de la catástrofe, pero abandonaban su actitud y observaban como sólidos tractores se convertían en toneladas de chatarra.
Nuestro todoterreno aceleraba buscando los culpables de este atropello y localizándolos en lo alto de una colina. Fuimos hacia ellos empujados por el diablo y con ideas poco amistosas.
A escasos metros de la fatal colisión y con los ojos desorbitados de la comisaria algo obstaculizó nuestro objetivo.
Cuatro vueltas de campana y un coche oficial del gobierno español, eso es lo último que recuerdo antes de volver a sentir la vida.
Allí nos quedamos, certificando lo inexorable, esposados y magullados, mientras la drástica y original vendimia, con las uvas ya prensadas, regalaba la cosecha del 2006 a la descarnada tierra.

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