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viernes, marzo 10, 2006
Un encierro de Pamplona
Suena un chupinazo, el cerrojo se mueve con fuerza y las bisagras, engrasadas a conciencia, agilizan el giro de la puerta que golpea los tablones del vallado. Se escuchan los cencerros de los cabestros. La manada busca, confusa, la salida, levantando un polvo dorado que reverbera con el recién levantado sol.
Otro cohete. Ya pisan la cuesta de Santo Domingo. Sus cascos redoblan el asfalto a su paso por la hornacina del santo Fermín. Los corredores aceleran sus pulsaciones ante la enérgica embestida de las asustadas reses y esquivan los cabeceos bruscos que les aprietan hacia los muros. Juventud y mucha fuerza.
Allí va el joven Vallobera, de blanco, pulcro, y pañuelo al cuello. Animado, con frescura. Dejándose ver y evitando golpearse en la caída, con el bordillo de la acera.
El Pago Guzmán Aldazabal ha hecho su carrera. Preciosa, por lo veloz y ajustando la distancia hasta casi ser volteado junto a la pared del Hospital Militar. Ni un solo raspón. Con estilo propio, marca su terreno y no se arruga.
Se echa de menos a un experimentado de este tramo, Quertos. Anuncio su retirada. Demasiada responsabilidad, y mucho riesgo, para efímeros instantes de peligrosa gloria.
Dos toros cárdenos y un jabonero encabezan el encierro a la entrada de la Plaza Consistorial. Decenas de mozos se agolpan aterrados y beodos junto a las vallas. Son los más aptos quienes comienzan la calle Mercaderes.
El Pago Malarina bien situado. Temple innato, raza. Disfruta junto al morlaco y evita el fatal tropiezo con un australiano inexperto, que resbala, y cae, debido al serrín pegado en sus zapatillas. Es lo que tiene bailar de madrugada en el Casino Iruña de la Plaza del Castillo.
Destaca entre los toros, por su facilidad de colocación, el Graciano, de Navaridas. Deportista y alegre, acumula experiencia grano a grano. Maneja bien el periódico enrollado en su mano izquierda. Tesón y peculiar estilo. Derrocha fuerza y amabilidad. Cualidad, esta, olvidada en esta trepidante y masificada carrera.
El mas rubio, confundido a veces con esos patas que vienen de fuera, es el Caudalia. Se recuerda el quite del año pasado cuando un Torrestrella empitonaba a una joven junto al Mentidero. La foto dio la vuelta al mundo. Rubio autóctono, ágil y fresco. Tiene tablas para ese tramo y lo demuestra cogiendo toro en espacios imposibles. Hace gala de una madurez y una técnica envidiable.
El grupo se disgrega en la espectacular curva de la calle Estafeta. Sobre el resbaladizo suelo, enganchados a la valla, permanecen tres toros muy astifinos. Uno de ellos, zaino, bragado y corrido, se levanta y fija su atención en los mozos que permanecen amontonados justo enfrente. Autor Guzmán Aldazabal le cita evitando una tragedia. El toro hace hilo con él y muestra su peculiar zancada para distanciarse a terrenos menos comprometidos. Que distinción y poderío.
Colaborando para incorporar a los astados, destaca otro miembro de la familia Vallobera. Le apodan “el Crianza”. De los valientes el que más. Fino, estiloso y curtido. Sin alardes, es una referencia para las Nikon apostadas en cada balcón. Un todoterreno en un estado de forma impresionante.
El final de la Estafeta y el tramo de Telefónica es el lugar elegido por “los divinos” para animar a la audiencia. Aunque siempre se cuela entre ellos algún mozo ambicioso, discreto, que disfruta de la cercanía del toro como si llevase haciéndolo toda la vida. Con muy buenas condiciones, fornido, fibroso. Lo suficiente para evitar zancadillas, empujones y codazos. El Pujanza le llaman. No conozco a nadie que tenga queja alguna sobre él. Prudente y a la vez osado. Prefiere acabar en el suelo antes que refugiarse junto a los inseguros tablones.
Abriéndose en la curva, el Norte, de Pujanza deja atrás el tramo adoquinado. Elegancia, potencia y una cuidada estética. Arte y torería. Divino.
El Exaltación pelea por coger un toro suelto en la bajada del callejón. Salta sobre los restos de un montón y conduce al astado con maestría, y empaque, hasta el mismo centro del ruedo. Ovación por la valentía. Con un recorte de cintura les deja a hacer a los dobladores.
El final lo anuncia otro chupinazo. Todos los animales descansan en los corrales, mientras las bestias prosiguen su bulliciosa fiesta alcohólica. Los buenos corredores, los mozos, después de la descarga de adrenalina, reponen fuerzas con suculentos almuerzos regados por buen vino.
Mañana repetirán esta singular lucha contra el miedo, para disfrutar, durante eternos segundos, del riesgo y de la emoción que produce correr junto a estos hermosos animales.
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2 comentarios:
¡Menuda imaginación que tiene usted! Felicidades.
Esta muy bien el simil.
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