miércoles, mayo 10, 2006

Saint Emilion, mas que un pueblo



Ya han pasado varios días desde nuestro regreso de Saint Emilion. Si he de ser sincero, no dejo de pensar en la gran cantidad de sensaciones vividas en solo tres jornadas. Fue un viaje muy relajado pero, si te gusta el mundo de vino, hay tantas cosas que ver y hacer, que aún continúo ordenando ideas.
El trayecto en coche es muy cómodo, desde Pamplona hasta el mismo pueblo. Perfectamente señalado, es difícil perderse. Además con esas chuletas a modo de GPS bajadas de internet, de la guía CAMPSA o Michelín, la llegada al destino esta asegurada. La velocidad por las vías rápidas francesas invita a la tranquilidad, 110km/h durante tres horas produce de todo menos descarga de adrenalina y tensión. No recomendable para conductores estresados.
Hasta Burdeos las rectas se hacen interminables, mucho trafico pesado y mucho pesado al volante. Cruzar esta ciudad puede ser el único punto complicado del trayecto, si se hace en hora punta. Luego se continúa dirección Libourne. De ahí a Saint Emilion es coser y cantar.
Sin llegar al pueblo uno se empieza a extasiar con el paisaje. Viñas con cepas perfectamente alineadas, verdeando con pámpanos recién nacidos, y con un “césped” que extraña al verlo la primera vez. Tengo un concepto diferente del viñedo.
Me sedujo, y envidié para la Rioja Alavesa, la cantidad de arboledas entre las viñas. Grupos de árboles frondosos que se desarrollan, controlados, y discurren desde el ancho río penetrando en las parcelas plantadas de vides. Puede ser por la época pero me pareció un verde de tono característico. Lo mismo que la luz ambiental y el color del cielo. ¡Como será el otoño!
La llegada al pueblo se hace amena. La torre, altísima, de la iglesia de Saint Emilion es compañera y guía durante los últimos kilómetros. Se accede, al fin, por una carretera empinada.
El pueblo es peatonal salvo alguna calle principal. Aparcar se hace complicado si es alguna fecha señalada. Lógicamente se debe aparcar fuera del pueblo, hay zonas establecidas para ello donde se paga por estacionar. Y si no quieres contribuir con ese impuesto se deja el coche algo más lejos y asunto arreglado.
Es fácil imaginar como encontramos el pueblo el fin de semana del 1º de mayo. Días de puertas abiertas en las bodegas de la zona.
Los turistas toman el pueblo temprano y no lo dejan hasta media tarde. Hecho que agradecíamos los que allí quedábamos a pernoctar.
Es un pueblo de vida diurna, en la mayoría de las casas no vive nadie. Las destinadas a servicios como hostelería, oficinas, consultas, tiendas, etc. se usan durante el horario estrictamente laboral. Los residentes allí prefieren vivir en el campo, en los chateaux junto a sus viñas, en medio de la paz y quietud de la naturaleza.
Lo curioso es que no habiendo a quien molestar, no hay vida por la noche. Los pocos vecinos dificultan cualquier iniciativa de ocio nocturno. Todo queda desierto para las 19.00h. Dos o tres restaurantes son suficientes para atender a quienes nos quedamos. Tienes la sensación de estar trasnochando cuando no han dado ni las 11.00h. Es algo típicamente francés.
Dejando a un lado lo referente al vino, Saint Emilion tiene muchos encantos. Algunos de ellos es aconsejable verlos conducidos por las simpáticas guías de la Oficina de Turismo. Por ejemplo la caverna-ermita donde vivió el santo que da nombre al pueblo y la iglesia monolítica, única en Europa con sus características.
No se debe olvidar callejear y conocer las estrechas arterias del pueblo. Interesante es subir y bajar por la Rue de la Tertre, eso si, bien agarrado a la barandilla central.
Hay que visitar las prohibitivas terrazas de las dos plazas principales y sentados ver la vida pasar en versión francesa, sin subtítulos.
Doblar las esquinas visitando, una tras otra, las innumerables enotecas esparcidas por el pueblo mientras tu olfato localiza las tiendas elaboradoras de los famosos macarons de Saint Emilion. Pastas típicas con un sabor a almendruco, no almendra, concentrado, muy sabrosas y rápida caducidad.
Sin prisa, se puede visitar el convento de los franciscanos y su claustro. Y por supuesto las cuevas subterráneas que en kilómetros se extienden por debajo del pueblo.
Volviendo por un momento al vino, hay un tren turístico, train des grands vignobles, que te muestra los alrededores de Saint Emilion.
Entre los viñedos, apretados dentro de una vagón y acercándote a los Chateaux, cada uno con su encanto, se piensan en todas las posibilidades que tenemos en Laguardia y comarca, y que por razones varias no explotamos.
Mucho tenemos que andar para vender nuestra tierra y nuestro vino como los vecinos franceses.
Recomiendo la visita a Saint Emilion, publicaré algún capitulo mas, seguro, de nuestra visita. Leyendo este se percibe un paralelismo bastante notable con el pueblo que mas quiero del mundo. Tal vez haya disfrutado tanto en Saint Emilion por eso.

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