Ella era negra. Pero negra, prieta que dicen algunos. El reggaeton su ritmo vital. Labios carnosos y muy astifina. Y resabiada.
Él, también negro. Zaino, meano y ligeramente chorreaó. Listón y veleto, como si alguien le hubiese puesto los cuernos de esa guisa. Cosas de los genes.
Juntos, decidieron escaparse por la vega durante el día grande de la fiestas patronales. Honraban a San Baco y San Dionisos, en pleno mes de septiembre, casi en la vendimia.
Una aventura rumiada durante los dos eternos y calurosos días tras el polvoriento desencajonamiento.
Tenían previsto dar rienda suelta a su amor entre las parras de una finca de tempranillo, como testigo, la estrellada y silenciosa oscuridad.
A los pies de una vieja y retorcida cepa reposaba una botella de excelente vino con el que rubricar la primera gran faena.
El descorche, sin titubeos, dio paso a unos mugidos nerviosos y al sonido de los cascos que afianzaban la posición, acomodando posturas.
Para terminar el lance amoroso refrescaron su jadeo con unos, ya maduros, racimos de uva.
Mientras escupían las amargas pepitas dos gruesos lazos de soga ponían punto final al apasionado momento.
-Cagüen la leche Manolo, que me se escape el ganaú a mi, hijo y nieto de mis antepasaús. Y justo antes del encierro. Si no los encontramos, nos capan.
-No precupase, Luisín, con los caballos en una hora los tenemos en el corral.
-Lo jodido va a ser contale a Don Justino que la botella de vino caro no la himos bebido notros.
-Pior convencelo de que su mujer la descorchaú con el toro.
- Quiá, quiá, yo no he visto ná.
Amanecía cuando la fugitiva pareja era devuelta a los corrales. A lo lejos, las voces seguían elucubrando alguna historia creíble que resumiera esa calida noche.
Él, también negro. Zaino, meano y ligeramente chorreaó. Listón y veleto, como si alguien le hubiese puesto los cuernos de esa guisa. Cosas de los genes.
Juntos, decidieron escaparse por la vega durante el día grande de la fiestas patronales. Honraban a San Baco y San Dionisos, en pleno mes de septiembre, casi en la vendimia.
Una aventura rumiada durante los dos eternos y calurosos días tras el polvoriento desencajonamiento.
Tenían previsto dar rienda suelta a su amor entre las parras de una finca de tempranillo, como testigo, la estrellada y silenciosa oscuridad.
A los pies de una vieja y retorcida cepa reposaba una botella de excelente vino con el que rubricar la primera gran faena.
El descorche, sin titubeos, dio paso a unos mugidos nerviosos y al sonido de los cascos que afianzaban la posición, acomodando posturas.
Para terminar el lance amoroso refrescaron su jadeo con unos, ya maduros, racimos de uva.
Mientras escupían las amargas pepitas dos gruesos lazos de soga ponían punto final al apasionado momento.
-Cagüen la leche Manolo, que me se escape el ganaú a mi, hijo y nieto de mis antepasaús. Y justo antes del encierro. Si no los encontramos, nos capan.
-No precupase, Luisín, con los caballos en una hora los tenemos en el corral.
-Lo jodido va a ser contale a Don Justino que la botella de vino caro no la himos bebido notros.
-Pior convencelo de que su mujer la descorchaú con el toro.
- Quiá, quiá, yo no he visto ná.
Amanecía cuando la fugitiva pareja era devuelta a los corrales. A lo lejos, las voces seguían elucubrando alguna historia creíble que resumiera esa calida noche.
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