miércoles, febrero 01, 2006

La Guarda de Navarra, el principio.


Quiero compartir con el universo blogger mis experiencias. La energía que me indujo a crear La Guarda de Navarra.
Caminaba por extramuros de Laguardia, por el conocido y recomendado, paseo de El Collado(el collaó para los allí residentes), empezaba a caer la tarde de un caluroso y plomizo día de agosto.
Las viñas se encontraban en pleno envero, ávidas de sol y aborreciendo una aporte extra de agua que reanimara la actividad fúngica.
Soplaba un viento calido, suave, pero molesto. Poco a poco tendería a incrementar su potencia. Las hojas de los plataneros temblaban presagiando peores condiciones meteorológicas. Las rosas blancas, que crecían silvestres por donde paseaba Don Víctor Tapia, temían quedarse desnudas y desprotegidas hasta el final del verano. Junto a ellas, a medio camino entre el olvidado merendero y la pérgola de vigas de piedra, lugar sombrío a pie de las murallas de las escuelas, las madreselvas y las hiedras arropaban a unos gatos que parecían refugiarse de las agujas desprendidas de los pinos.
En Don Félix, el bochorno desquiciaba cualquier pensamiento y obligaba bajar la cabeza y entrecerrar los ojos.
Las nubes blancas y algodonosas, impenetrables, se transformaban en cúmulo nimbos. Coliflores celestes cargadas de agua a punto de rebosar.
Una sensación de hipotensión me reducía el tono vital. El calor en ese instante se podía palpar y andar no resultaba ligero. Cada paso parecía darse en una atmósfera líquida.
Subí las escaleras del kiosco, el busto de Samaniego permanecía inerme bajo su permeable techo de hierro. Su mirada perdida, recelaba de que alguien lo volviera a arrancar y depositar en una papelera municipal próxima. O tal vez seguía inspirándose en Esopo o La Fontaine creando fábulas que nadie conseguiría extraer de su sólido cerebro.
Miré hacia arriba, un pararrayos esperaba erguido que cualquier día una descarga incandescente se transmitiera por toda la estructura metálica y la fundiera. Fue creado para ello y hasta ahora su tarea había resultado absolutamente estéril.
Dejando al fabulista me asomé al paisaje, descansándome en un grueso tronco. Enredé con las manos sobre unos arbustos que airearon un tenue aroma a ciprés. Recuerdos luctuosos, pero también a arriesgados juegos infantiles.
De repente, se oyó una explosión. Un resplandor cegador y distinguí como chispas, bengalas, iban dejando surcos ardiendo sobre el césped. Un olor a quemado invadió el ambiente, mientras el silencio dejo paso a una reparadora brisa fresca y húmeda.
Volví de la inconsciencia temporal y en mi mente flotaba una idea obsesiva. Viviré para compartir con los demás mis gratos momentos, para tener solamente amigos que merezcan la pena y para beber, exclusivamente, los mejores vinos.
Desde ese momento nació La Guarda de Navarra, con el fin de presentar y divulgar los grandes vinos que, en mi, generan excelentes sensaciones. Para beberlos y disfrutarlos con personas de bien, donde las haya. Y para que mis amigos me acompañen hasta este maravilloso mundo que es el VINO.

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