viernes, agosto 18, 2006

Dios te salve María


Mientras toda Galicia ardía, bueno solo el 2% para el imbécil consejero de turno. Mientras la Ministra Narbona, indigna de aparecer en una revista de belleza y moda, culpaba a incendiarios despechados y a la profundidad e ignorancia del pueblo gallego. Mientras el químico Rubalcaba hablaba de tramas que sólo él conoce. Mientras la plataforma Nunca Mais resurgía con escritores del régimen al frente inventando novelas fantásticas del origen del fuego, y mientras cientos de pateras, perdón, cayucos para los fisnos, nos visitaban diariamente cargadas de sueños y paraísos prometidos, y ya pagados.
Pues bien, con todo esto que se cocía en España, en Laguardia lo que verdaderamente preocupaba y preocupa, la comidilla anual durante nueve días de agosto y otros tantos en septiembre, es la molestia causada al amanecer por los Versos y el Rosario de la Aurora, que giran alrededor de la Virgen de los Reyes y de la Virgen del Pilar. ¡Ora pro nobis!
Se alza la voz ante tradición tan arraigada entre los pueblos que se dicen cristianos, uff que palabro. ¡Miserere nobis!
Esto es felicidad. El cuerpo con una metástasis del carallo y a mi lo que me saca de mis casillas, incluso me lleva a la depresión, es un pelo que asoma por uno de los agujeros de la nariz. Y al que me hable de pinzas lo mando patrullar por la Rías Baixas.
¡Devotos de Maria Santísima, al Rosario de la Aurora! Un Padrenuestro y un Ave Maria por las Santas Ánimas del Purgatorio.
Al escuchar el repicar de una campana que se acerca y se aleja entre voces monótonas y confusas, son muchos los laguardienses que terminan bajo la cama, o al menos bajo las sabanas hablando con la parienta o el pariente, o con ninguno de los dos, de lo coñazo que es despertar en esas circunstancias.
Alguno se llega a imaginar a la santa compaña paseando sus guadañas por las calles oscuras y estrechas del pueblo.
Otros tienen la coartada perfecta para quedarse dormidos y justificar su retraso laboral o el llegar tarde a donde quiera que vayan.
La mayoría ni se entera, y si lo hace caben dos opciones, se levantan por ver quienes son capaces de madrugar para tales menesteres o se acurrucan mientras escuchan las notas y letras que les acompañan cada verano desde su niñez.
Y todo ello por no beber o por no saber beber vino.
Quien no lo bebe, falto de calorías, se despierta con la frescura del amanecer y ya despejado inculpa a los devotos de sus males y malos pensamientos.
Quien lo ingiere en demasía sufre delirium tremens. Calaveras y esqueletos giran alrededor de su cama profiriéndole palpitaciones y sudores fríos. Luego en el bar se empeñará, de nuevo, en espantar a los malos espíritus.
Quien bebe vino con mesura, la paz de su alma y la tranquilidad de su mente le ayudaran a entender y respetar a sus semejantes, y a las obras de estos. No practicará agresividad ni conductas violentas y su mente quedará desierta de malas ideas.
Tradición, religión y vino van de la mano. Dios te salve María.

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