viernes, julio 28, 2006

Requiem por el vino


Érase una vez una denominación de origen donde, todavía, sus habitantes, a duras penas, podían producir y beber vino. Corría el año 2100 después de Cristo, el 40 tras el Big Boom.
Después de muchos años de bonanza económica y de sucesivas cosechas de alta calificación, la Rioja Alavesa vivía una gran crisis. No sorprendió su llegada teniendo en cuenta que las demás zonas estaban sumidas en el desastre desde años antes. Pero se esperó, en vez de actuar, confiando en la buena suerte y rezando plegarias a los santos, por cierto, inoperantes y aburridos de escuchar cada año tanta promesa y ninguna penitencia.
Una conjunción de factores, que por si solos hubieran sido letales, desencadenaron lo inevitable. Transformados en un cocktail explosivo no dieron margen de maniobra:
- cambios socio-políticos, de ambito nacional,
- una intensa sequía fruto del calentamiento terrestre,
- el abandono de los grandes inversores que secaron la vaca de la bodega como negocio fácil y recurrente,
- la falta de apoyo de las instituciones que dieron prioridad al agua frente al vino,
- el aislamiento de las bebidas alcohólicas para no herir sensibilidades de culturas arraigadas en nuestra comunidad,
- el acoso de la CEE al viñedo para diversificar una agricultura insuficiente ante el aumento de habitantes en Europa,
- la falta de previsión frente a la entrada de vinos del Nuevo Mundo,
- la caída en el mercado exterior de los vinos nacionales y
- la nula participación de la cultura del vino en las reformas educativas y en los nuevos mercados emergentes,

como principales condicionantes, originaron el desastre.
Rioja Alavesa gracias a que, durante años, pequeños productores se mantuvieron impertérritos ante las acometidas de las multinacionales, del gobierno europeo y de lo que gobernaba aquí (indefinido para no ser mal agorero), seguía haciendo vinos de calidad. Con los dedos de la mano se podían contar los supervivientes. Alguno incluso, por obligado traslado, despuntaba en denominaciones limítrofes.
El viñedo había retrocedido ante la sed de la tierra y las extensiones de cultivo eran mínimas, casi todas ubicadas en la falda de la sierra, aprovechando la escasa humedad y el abrigo de los vientos. Los vinos también eran distintos. El trabajo y la experiencia conseguían sacar lo máximo de los castigados y concentrados racimos. Más bajos en color y con alto grado eran la delicia del paladar. Se echaban de menos aquellos vinos de los comienzos del 2000, pero al menos se había conseguido salvaguardar a la tempranillo como única variedad, sin la presencia de otras que acabaron pereciendo.

La escasa producción de las bodegas se consumía en la zona. Eran muchos los interesados por hacerse con una partida y para evitar problemas de mercados "subterraneos" se tomó la decisión de controlar las ventas y el consumo. Crecía el número de visitantes pero no había para todos.
Se preveían cambios futuros con la llegada del canal de la Rioja Alavesa para transportar agua hasta las nuevas explotaciones de clima controlado. Con cubiertas inteligentes, en los nuevos viñedos se establecerían las condiciones necesarias para un óptimo desarrollo de la vid. La financiación privada, involucrada con el vino, sería el cimiento para la Nueva Era. La Facultad de Enología de Laguardia, proyectada decadas atras, iba a abrir sus puertas próximamente como un nuevo intento de transmitir a los más jovenes el amor y los conocimientos para que no se volviera a repetir. El estudio de nuevos nichos de mercado y de nuevas técnicas de marketing se iba a incorporar a los codigos de conducta de todas las bodegas, y por último, se iba a tomar la postura consensuada de defender la calidad del vino en contra de los envites de políticas de precio y de macroproducciones mal gestionadas.
(Todo lo anterior es inventado, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).

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