martes, enero 17, 2006

Oler o beber


Entiendo que a la hora de catar, cada cual plasme en su ficha de cata las impresiones, siempre subjetivas, de lo que nos sugiere un vino en aromas y sabores.
Entiendo, también, que al vino se le pueda definir según diez series aromáticas, como son la serie animal, la balsámica, amaderada, especiada, floral, frutal, química, empireumática, etérea y vegetal. Además de por el gusto, según los cuatro sabores elementales, en dulce, salado, amargo y ácido.
Pero pretender que los no profesionales, como es mi caso, seamos capaces de captar y encontrar esos matices que otros, sin aparente dificultad, describen y casi dibujan con las palabras, no lo tengo tan claro.
Está comprobado que el sentido del olfato no lo tenemos desarrollado por igual todos los mortales. Incluso, que todos tenemos una memoria olfativa que nos traslada retrospectivamente al momento en que se desarrolló la acción de oler. La mayoría sabe a lo que me refiero. Recordamos el olor de la ropa recién planchada, el de los caramelos de nuestra niñez, el de la hoja del tabaco, el café tostado, flores como la rosa, la violeta o la lila, especias como el clavo, la pimienta o la canela, el del esmalte de uñas, el alcohol, frutas como el plátano, ciruela, cereza, mora o frambuesa, el regaliz, el chocolate, el betún, la madera o el serrín, entre otros. Incluso los negativos a huevos podridos, a desagüe o a corcho.
Y de eso se trata, de recordar lo conocido y buscarlo dentro del vino, aromas y sabores positivos, y a veces desagradables.
Cada cual tenemos dentro de nuestro cerebro una serie de olores resultado de nuestra experiencia en la vida, y de nuestra edad. Debemos entrenar nuestra nariz con otros, que dicen, podemos encontrar y ampliaremos ese almacén de recuerdos aromáticos.
Cuando aspiremos el aire que se encuentra dentro de la copa mezclado con los componentes volátiles del vino, podremos decir cosas como estas:
“Impresionante, aromático, recuerdos a amapolas silvestres, heno, monte bajo.”
“Aterciopelado, goloso, aromas a kirsch, a plátano confitado y after eight”
“Menta, ligeros tostados y humo, jara, retama, cacao y especiados.”
“Aparecen recuerdos a bombón de licor y ciruelas bañadas en chocolate con cierto amargor de granos de café.”
“Chucherias, lácteos, madera fina, notas de pelo y cerezas en licor.”
Creo que es suficiente para el ejemplo. Estas personas conocían esos aromas y por eso los distinguen dentro de los miles que puede haber en el vino. Son todo recuerdos y como tales cabe valorarlos.
Aunque a mi siempre me queda la espinita de no poder hacerlo como ellos.
De todas formas nadie describe aromas de ambarela, gandaria y chirimoya. Algún matiz a pomalaca en compota con hojas de malvavisco, o ligeros toques a pitanga y pomarrosa. Tampoco se acuerdan de la curaba, el hicaco y la azufaifa, ni el nashi.
Se desconoce el olor de la azalea, de la drácena, la caléndula o la tipuana.
En resumen, que cada uno disfrute del vino a su manera, los de mas “nariz” que sigan poetizando y llenando su boca de palabras, que nosotros la llenaremos de buen vino e intentaremos promover su consumo sin tanta rimbombancia.

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